sábado, 2 de mayo de 2020

El tiempo borró tu nombre



Me gustaría preguntarle al tiempo el por qué de tu regreso. Por qué tus insistentes letras encendidas en la pantalla de mi teléfono, titilando como estrellas en medio de la oscuridad de un desierto que te desconoce. Es primavera. 
Mi cuerpo suda. Siento las gotas recorrer cuesta abajo mis contornos mientras  te leo. Escucho en tus letras el mismo tono, acento y timbre de voz que cuando te dirigías a mí, los días de los cortos meses del triste año que permanecimos juntos. Me resisto a rememorar un pasado lastimero. 
Sin embargo y muy a pesar mío, como si mi mente no dependiera de mi voluntad, vuelvo la mirada a los recuerdos que arrinconé en alguna parte de la memoria; y en un abrir y cerrar de ojos la película de los días junto a ti se echó a rodar. 
Ya no somos los mismos. Las circunstancias y la realidad de cada quien terminó de moldearnos. El tiempo cubrió las fisuras. Resanó las heridas. Pintó de colores el dolor. No hay filtraciones ni resquicios. Solo cicatrices. 
Tu continua obstinación me impulsan a tocar las teclas del teléfono para pedirte que te alejes –igual que la vez que te pedí que te quedaras o que volvieras, ya ni sé; el recuerdo no es nítido-. Contrariamente no lo haces, continúas escribiéndome. Por una parte te entiendo. Te sientes a salvo, sin riesgos ni miedo. La tecnología está de tu parte, te sirve de escudo y protección.  
Quiero ignorarte.

Cierro mis oídos al sonido que lleva tu nombre en el timbrar del teléfono. No puedo soslayarlo. Me inquieta. También me paraliza. 
Eres onomatopeya en una tarde silenciosa. Ruido del cristal que se estrella contra el piso. Fuerza del rayo al caer antes de que inicie la tormenta. Sobresalto al despertar. Crepúsculo. Letanía. El ojalá de un deseo caduco.
Quiero que te alejes, que no vuelvas. Que no invadas mi presente. 
Hace tanto que no sabia ni pensaba ni imaginaba nada de ti, que dejé de construir frases para sobrellevar la vida con tu ausencia siempre presente. 
No obstante, debo confesar que hace semanas te tuve en mis sueños de los que desperté confusa, aturdida; tu imagen poco a poco se desvanecía durante el día para aparecer la noche siguiente. No quiero sentir que soy yo quien te llamó a través de ellos y que solo has respondido a una petición velada, absurda, demacrada. Me resisto. La metafísica no va conmigo.

Han pasado tantos años. 

La pantalla sigue encendiéndose. Te leo sin querer leerte. 
¿Por qué ese afán de querer saber de mí? ¿De qué deseas ser indultado?  

Me cansé de escribir de ti. Agoté las reservas de mi alfabeto que deposité en barricas denominadas con tu nombre. Ahí dejé añejar, consumir, evaporar todas las letras que me llevaban al destino común y placentero que fueron tus brazos. En el fondo quedaron asentadas las reminiscencias de la angustia que en su momento me llevó al colapso. En su interior todo se cubrió de moho, en su exterior, de polvo.
Con todo y eso, me es imposible no recordar las noches que te invoqué en silencio, agazapada en la tormenta del despojo afectivo. Desnuda de ti. Amante en orfandad. Condenada y exiliada en mi propia tierra. Sin derecho a la fianza de un adiós digno. Cara a cara.
Algo se revuelve en mis entrañas. Un líquido amargo me sube a la garganta. La nausea me invade. Respiro profundo. 
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En este momento el teléfono suena, son tus letras –otra vez-. 
Maldita tu insistencia, tu machismo. Tu creencia de que puedes venir a entrometerte otra vez en mi vida, así como si nada. 
Respondo solo para decirte que no me importa tu vida, ni tu cargo, ni nada.  
No estoy para distraer a nadie. Si necesitas de alguien recurre a tu familia y amistades. 
A mí, déjame tranquila. Aquí ya no hay poesía para ti.
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Tu número se desvanece en la pantalla de mi teléfono.





"y he salido del ataúd que es mi cama sin ti  
 dejando en mi almohada una nota de resurrección."   Elvira Sastre



Imagen tomada de la red.



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