Divago en pensamientos inconexos. Entre disparatados e irrisorios anhelos.
En apariencia estamos tan
cerca, sin embargo, la infranqueable baya construida de pequeños abismos ha
creado un gran hoyo negro.
¿Qué piensas?, ¿qué deseas?
Dímelo –otra vez.-
A mí me gustaría que conversáramos
con más frecuencia, y en esas charlas contarte mis más profundos pensamientos,
mis secretos más oscuros. Por ejemplo: de los ultrajes que sufrí en mi adolescencia. Del pequeño hijo que perdí o del gran amor que dejé partir. También hablarte de mis sueños, de
lo grandes que estos son. Y… ¿por qué no?, hacerte saber lo que me aterra la
vejez y muerte subsecuente -como a muchos, lo sé-. Mis debilidades y
tropiezos, que tal vez son más que los aciertos.
Me gustaría ir contigo de
paseo. Recorrer lugares solitarios y prístinos. Escalar montañas. Surcar mares y desiertos.
Saltar al infinito. Tumbarnos sobre las playas arenosas, mientras una ola de
blanco y espumoso vértice nos moja.
Dejar a los oblicuos rayos del sol tocarnos, hasta que la refracción lo
queme todo con voraz lentitud. Así como lo hace la pasión que llevamos y nos
consume por dentro.
Y ya, cuando el cielo se
vuelva todo negro, seguir ahí contando estrellas hasta nombrarlas todas. Descubrir
de nuevo la Vía Láctea y bebernos su leche a pequeñas cucharadas.
Empacharnos de su mágica luminosidad. Volvernos eternos, etéreos, efímeros.
Volvernos suspiro. Poesía. Un cuento.
Me gustaría escucharte
decir lo que te inspiro. Que soy respiro, palpitar, ola, viento y mar. Sobre
todo mar.
Escuchar que aparezco en
tus espejismos mientras caminas por la calle repleta de ruido, queriéndome alcanzar. Cuando lees las
hojas de algún libro, en cada frase, letra, vocal. O al escribir la última estrofa de tu verso preferido.
Mientras duermes soy yo tu
delirio.
Me gustaría sentir tu mano
recorrer mi espalda hasta el final de su camino. A tus dedos enredarse en mi
enjambre de vello tan negro como tus ojos, al buscar el interruptor que
enciende el deseo. Que me atraigas, arrastres hacia ti anclado más allá de mi
cintura. Compartir tu aliento, tu líquida saliva, tu lengua combativa.
Beber y fumar de tu boca
todas las veces que los besos se repitan. Respirarte, olerte, saborearte. Construirte
con mi fuego.
Sentir la ebullición de tu
cuerpo descargada en mí.
Acompañarte en tu viaje de ida y de regreso. Ahítos.
¿Será acaso esto una utopía
o el sueño demencial por tu lejanía?
Imagen: La alcoba de Venus.