viernes, 19 de febrero de 2016

Devenir



 Te pierdes en las ajetreadas horas de mi devenir. 
En el ruido de la sirena que con urgente prisa transita hacia rumbo desconocido, mientras en su interior un hombre herido de muerte, agoniza de decepción. 
 Te pierdes en el aullar del perro viejo y abandonado, sediento y solitario, que quiebra el silencio nocturno mientras intento salvar tu recuerdo. 
  Te pierdes en una melodiosa, monocorde y añorada canción que suena en la radio- mientras espero impaciente la luz verde de un semáforo que no existe -y que habla del amor, de las relaciones eternas, utópicas y de ficción. 
  Te pierdes y sin embargo te siento en mi garganta reseca, como un nudo apretado que me asfixia. Como la soga en el cuello del condenado a morir, antes de que sus pies dancen con el viento. 
  Te siento también en mi pecho, donde hoy se anida el vacío y que vino a suplir a tu mente rebosante de abstractas ideas. 
 Te siento como agua que hierve y quema mis nervios dejándolos al rojo vivo, expuestos. Palpitantes. Insensibles.
Todo es un desconcierto de emociones contradictorias. 
 Te pierdo. Te siento. Lo siento. 
La luz roja del semáforo inexistente ha cambiado. 
El desquiciante sonar de un claxon me saca dolorosamente de la irrealidad, para situarme en un mundo no menos álgido, no menos convulso y vulnerable; pero real al fin. 
Entonces, de manera paulatina, avanzo.

martes, 16 de febrero de 2016

Mi mar.


Le he visto tantas veces exprimir sus olas contra las rocas inertes. Ellas, resisten estoicas los embates. Si, así como ha resistido tu amor por mí.
Otras veces lo veo revolverse, agitarse en evidente confusión. Como si tratara de encontrar en la superficie lo que le es necesario; sin darse cuenta que es en el fondo donde radica ese pertinaz sentimiento que exultante lo agobia.
Eso lo entiendo muy bien,  yo misma lo experimento en ocasiones.
De un tiempo acá, en mis caminatas, me encuentro con un mar que sigue chocando sus olas, que sigue revolviéndose. Sin embargo no hay mayor escollo en ello, todo lo contrario. Percibo algo distinto en él.  
Se sigue moviendo con fuerza –como es su naturaleza-, pero sobre todo con certeza. Con el impulso y gusto de ya no saberse dividido, sino compartido. Acompañado. Querido. Deseado.
Y yo lo disfruto. Lo respiro. Lo admiro. Lo contemplo.
Ese es mi mar. Aguas en las  que me reflejo y reafirmo. Agua en las que me declaro en completa libertad de elegir, de reír, de amar y en su momento, de morir.



martes, 2 de febrero de 2016

Carta de un marinero a su amante.



Agosto, 1983.

Constanza:

Lo que trataba de hacer, era explicarte  y quizás fui tonto al tratar de hacerlo.
Un hecho es que no sé que hacer, tú tienes la razón en lo que dices, que valoro el tiempo y muchas otras cosas más de lo que ahora tengo, pero también te valoro a ti, los riesgos que ahora tú calificas de inútiles no lo fueron, primero porque los asumí, muy consciente de las consecuencias y por ellas quiero hablar contigo, para mi es importante.
El domingo no te lo pido como un día más en que compartamos, sino para hablar, hablar y dejarnos claras las cosas, nunca pensé  ser yo el que marcara el final, creo y siempre lo he creído así, que debes ser tú, porque tal como lo dices hay otras cosas que debes considerar.
No creo que al final haya sido como los demás, porque siempre, desde el principio te planteé cual era mi posición, te lo dije, jamás te mentí, jamás; cuando me califiqué cobarde fue cuando tú me hablaste de dejarlo todo, todo porque entendí que lo que yo ofrecía o deseaba no era suficiente a tus deseos. En ese momento pensé muchas cosas, no lo dudes, lo hice y aún lo hago, pero como explicarte lo que sufre mi corazón, sin hacerte daño; como decírtelo, como.
Quiero hablar contigo y solo recordarte que dijiste que un año permanecerías, antes de tomar la última decisión, dame ese tiempo, aun cuando no pueda tenerte cerca de mí, dámelo como lo prometiste.


                                                             Leonardo