miércoles, 30 de marzo de 2016

Desahucio.




















En la agonía de la enfermedad, tu recuerdo me salva
En las tardes de desesperación,  tus brazos inasibles
En el llanto inconsolable, tus besos descarnados
Ante el futuro incierto, tus palabras de humo
En la continua indecisión, el peso de tu silencio
En la lejanía de nuestros cuerpos, la angosta promesa de tu presencia

Tú recuerdo me salva.

Del inefable transcurrir de los días sin tu compañía
De las  madrugadas y noches en constante vigilia
Del incesante torbellino de emociones desbordadas
sin tu piel para encausarlas
De la realidad construida de adagios, de los cuales tu nombre ha desaparecido

¿Pero del miedo quién?, de él, ¿quién me salva?


Ni tu amor, ni tu recuerdo, ni yo, ni  nada.


Fotografía: Blue Nude, Picasso (1902).



lunes, 14 de marzo de 2016

Tentativa.



















Tentativa

Despertares en tu cama sabiéndome tuya, día a día.
Madrugadas insomnes sobre tu cuerpo
bajo sábanas diáfanas y tibias.
Aroma de café negro en la cama los fines de semana.
Cruzar el desierto una mañana de primavera
con tu mano sobre mi pierna, esperando que la
mía te tomara.
Conocer tus raíces ahora lejanas.

Tentativa

Construir momentos
que nos permitieran formar recuerdos.
Conocer tú mi cuerpo, tendido, rendido, expuesto
a plena luz  del día sobre el sillón, en la quietud de tu casa.
Tardes fumando, yo del aliento de tu boca
y bebiendo tú, cerveza fría de la mía.
Fusionar la simplicidad tuya con la complejidad mía
y  en ese sincretismo complementar nuestras vidas.

Tentativa

Ilusión.
Pasión.
Amor.

Tentativa

Fracaso.

miércoles, 9 de marzo de 2016

Cita médica.



Hoy fui al doctor. Ya no resistí más.

Después de un examen clínico minucioso, de no dejar pasar ningún detalle, el especialista en enfermedades del corazón me envío con la enfermera para que me realizara  un electrocardiograma.

Minutos más tarde –y yo todavía en bata- cuando el doctor se presentó en el cubículo, su mirada severa se posó en mí y, al tiempo que se rascó la cabeza, también aclaró la garganta –dos veces- y se acomodó los anteojos. Todo en un ritual que me pareció rutinario.

Dirigió entonces su mirada por primera vez a aquel papel angosto y largo que sostenía y extendía entre sus manos –mi recién salido trazo electrocardiográfico-. Alcancé a ver solo líneas que subían y bajaban,  a decir verdad, no me significaron nada.

El doctor suspiró, me miró de nuevo –como dándose valor-  y por fin me dijo:

<<Su examen físico es normal y el electrocardiograma no revela ninguna alteración>>. 

-¿Y entonces? Inquirí ansiosa, cuando apenas él terminó la frase.

<<Su dolor en el pecho no es físico ni orgánico>>, dijo de manera categórica el cardiólogo, y continuó:

<<Ese dolor que usted siente, esa sensación de ahogo, de que algo le lastima, aunado a la falta de apetito; ¡ah! Todo es muy claro. El diagnóstico es sencillo, se llama tristeza. Reconozco bien esos síntomas. Hace mucho tiempo, cuando era apenas yo un estudiante de medicina lo experimenté y créame, no hay mejor medicina que el tiempo para sanar esta terrible mas no por ello incurable enfermedad>>.

Yo lo escuché y no pude decir nada, únicamente sentí cómo todo se volvía aún más agudo.

La enfermera me indicó que podía vestirme, mientras que el viejo en el arte de curar dolencias cardiacas, doblaba con sumo cuidado el papel del electrocardiograma que me entregó al traspasar yo, el biombo que hacía de vestidor.

Me dijo:  <<cualquier otra cosa que se te ofrezca estoy a tus órdenes. Por ahora relájate y tómate algo fuerte; el tequila ayuda mucho en estas circunstancias>>.

Dio media vuelta y salió despacio, con paso lerdo pero seguro, con el cuerpo encorvado y ambas manos metidas en los bolsillos de su impecable y almidonada bata blanca.

La enfermera también se retiró –al parecer yo había sido el último de sus pacientes-.

Permanecí ahí un tiempo más, sentada en la camilla, en silencio, sintiendo  mi intenso dolor en el pecho, la sensación de ahogo y eso que no sé que es, pero que todavía me lastima. El murmullo de las voces de lo pacientes que esperaban en el pasillo,  aminoró.

De pronto, un escalofrío recorrió mi cuerpo y tuve la sensación de que alguien  permanecía junto a mí.

<<En esto, todo es cuestión de tener paciencia. Y sí, el tiempo es el mejor paliativo. Aunque sus cucharadas sean amargas hay que tragárselo sin chistar. De nada vale resistirse, inquietarse, desesperarse, si al final de cuentas él anda por la vida sin importarle nada. A su ritmo, a veces lento otras muy rápido. Lo conozco muy bien. Es infalible, seguro para curar. Para llevarme con él y suplantarme por el olvido. Que dicho sea de paso, no es tan inocuo -el olvido- como algunos –tú misma- quieren creer. También invade y lesiona. Sí, sí, menos perceptible, sin embargo, pertinaz. Deja grandes cavidades llenas de vacío.
Pero bueno, tú debes irte, porque allá afuera a nadie le importa lo que te pasa. Debes continuar con la rutina; debes seguir sonriendo cuando quieres gritar;  debes seguir hablando cuando lo único que anhelas es el silencio protector. Teniendo que aguantar mi molesta e invisible presencia. Con todos, ante todos.
Debes continuar, eso es lo que se debe hacer en estos casos, solo eso, continuar…>>

De pronto, el extraño monólogo de una voz salida de no sé donde, fue interrumpido por el intendente, que silbando entró al consultorio con trapo y trapeador en mano. Ambos nos sorprendimos.

Sin mediar palabra, tomé mi bolso lo más rápido que pude, eché en él mi electrocardiograma y salí con esa intimidad que mi amiga, la –incómoda- tristeza y yo, habíamos empezado a tener.




domingo, 6 de marzo de 2016

Voces.



Quiero acallar las voces que llevo dentro.

Las voces que me hablan de ti, de tu recuerdo. Las que deletrean -en las horas diurnas y nocturnas, en la arenga y en la soledad-, tu corto nombre, con mayúscula, en mi oído.
Esas voces que como susurro constante me reprochan enérgicas por qué  he de olvidarte. 
¿Por qué? Les respondo: Porque las conversaciones se marchitaron, las sábanas se enfriaron y nuestros anhelos se bifurcaron. Solo quedan los retazos del amor que -como muchos- nació con un beso arrebatado, bajo la luna de mayo en una playa solitaria.
Por lo tanto, deseo acallarlas, silenciarlas, no escucharlas. Porque se han convertido en un cuchillo filoso que corta día a día mi cerrazón, mi firme propósito de ya no pensar –te-  ni extrañar –te-.

Sangra mi cuerpo  trémulo al rememorar el tuyo, todo él firme y dispuesto; a la espera de una señal mía para abrirse paso entre la humedad incluyente.

Me debato porque en ese desconcierto de voces escucho otro nombre que acelera mi respiración y hace transpirar mis manos.
Escucho cómo entre esas voces, otra, lo grita de forma clara y  nítida dentro de mi pensamiento, en el bullicio y, a pesar de eso  lo reconozco  y sonrío sin darme cuenta, porque se que está allí, que lo ha estado. Quien sabe desde cuando, moviéndose subrepticio a la espera de ser escuchado por mis sentidos.
Ha sido tanta la persistencia de esa voz entre las voces, que su murmullo se ha acumulado desde lo más profundo hasta lo más superficial de mi cuerpo. Hasta volverse tangible e infinito.

Que se callen las voces. Todas, excepto la de su nombre, largo y sereno. El que estoy aprendiendo a pronunciar a fuerza de besarlo y a escribirlo en su cuerpo al tocarlo, solemne y regocijante.

Que reine el silencio en mi memoria al sepultar las voces fantasmas que velan el eco de su nombre. Que cesen ahora y para siempre. Eso es lo que quiero.
Deseo solo escuchar al ritmo batiente de mi corazón un solo grito, su nombre…

Ahora, tal vez por el cansancio, tal vez por lástima de saberme así, esas voces –las que no quiero escuchar- disfónicas, han hablado conmigo y me han dicho que guardarán silencio perpetuo.  Que me liberarán del ruido que generan al aglomerarse en mi memoria y que me atormenta. Y yo  les creo, ¿como no hacerlo?, acostumbrada a escucharlas aprendí a conocerlas  y sé que no mienten, nunca lo hicieron.

Ya todo es silencio y quietud en mi pensamiento. Hago un esfuerzo y nada escucho, creo que se han marchado.

Entonces en ese silencio, lloro. Las extraño.