lunes, 30 de mayo de 2016

Felicidad.



(mi) Felicidad es…

Un vaso de agua fría en la canícula de tu cuerpo sediento.

Un libro en las horas de espera imaginando que entras por mi puerta para hojearnos, leernos  (mutuamente) y disfrutarnos.

Correr kilómetros y kilómetros sobre la arena de la playa sabiendo que me piensas, escuchando la canción que me dedicaste la fría noche de diciembre en aquella fiesta.

Un mensaje tuyo a deshoras de la madrugada escrito con la viscosa e indeleble tinta transparente de tu cuerpo.

El silencio en la cima de la montaña después de desahogar en un grito todas mis ansias.

Una cerveza contigo en la barra de mi bar favorito rozándonos la piel con la mirada, deseando –nos- hasta el último trago.

Una pluma fuente tinta negra con la que escribirte una carta,  entregártela en persona y leerla en voz alta.

El tatuaje que tus labios dejan en mi pecho, muslos, cuello y vientre. En pocas palabras en todo mi ser inerte.

Las tardes que pasamos juntos en el sillón de tu casa hablando sin palabras mientras el resto de la gente dormita insospechada.

Nadar desnuda en las aguas frías de un mar agitado.(Mientras) tú, sonriente observando.

Hacer el amor sobre las dunas casi desiertas con el sol como sábana cubriendo nuestros cuerpos lúbricos. A lo lejos escuchar el murmullo del motor de una lancha.

El café negro sin endulzar -amargo- en la cama. Mientras me lees la poesía de Alí Chumacero y  en el ambiente tiritan las notas azules de Louis Amstrong.

Un domingo al ser despertada por tus torpes dedos que tocan mis labios secos y que al ir avanzando se humedecen dispuestos.

Encontrarnos bajo el agua tibia de la regadera en el estrecho sendero que me habitas.

Los rastros de tus besos en mis labios –ahora resecos y agrietados- prueba fehaciente de tu boca  en mí.

Escuchar la canción que fue y sigue siendo nuestra en la respectiva soledad de las noches en vela.

Es saberte, pensarte, desearte a pesar de lo inexorable del tiempo. La infranqueable distancia. Lo inasequible de este sentimiento.

(mi) Felicidad son cruentos y efímeros momentos. Irrepetibles también.

(mi) Felicidad al fin y al cabo.


Pintura: Leonid Afremov Cozumel.




jueves, 19 de mayo de 2016

Entre madera y cuchillos me leo.


Debo confesar que al inicio estuve renuente a leer este libro. Escéptica, vaya. Tal vez porque tenía la idea –como muchos, seguramente- que un libro que cuenta la historia de un país, ciudad o pueblo, es en automático un tema aburrido. Sólo para intelectuales, viejos eruditos y ratones de biblioteca. Tantas ideas equivocadas que nos forman o formamos al respecto.

Pero bueno, me animé y lo tomé –con cautela-, abrí e inicié su lectura. Lectura que me fue difícil detener.

Qué maravilla de libro. Qué sencillez en cada una de sus páginas.

Me imaginé al autor, una tarde calurosa de julio o agosto, sentado en una poltrona bajo una ramada, con una taza de café negro -de talega-, una pieza de pan del Boleo y muchos niños y jóvenes a su alrededor sentados en el piso, en bancas desvencijadas o recostados unos sobre otros, boquiabiertos, escuchándolo.

Ojalá no sólo lo imaginara.

Ojos de madera cuchillos de palo (así sin coma, como dijo el profesor Bobby que era el título original): es la narración que nos hace su autor, acerca de los hechos que se sucedieron después de que José Rosas Villavicencio descubriera lo que por fortuna o desgracia, serían de los más grandes yacimientos de cobre en el mundo y que dieron pie al surgimiento de Santa Rosalía.

Con una excelente prosa, Bobby García nos relata decenas de anécdotas que nutren la historia de nuestro querido pueblo. A través de  ellas, podemos hacer -los que no vivimos esa época-, el maravilloso ejercicio de la imaginación y transportarnos al Tiro Williams, a la Santa Águeda de antaño, o a los túneles donde solo los valientes –y necesitados- moradores de ese entonces, arriesgaron sus vidas para enriquecer a otros.

Con un maravilloso manejo de las metáforas, de las analogías, pero sobre todo con un lenguaje simple y sencillo, el autor nos  deleita con su narrativa a la vez que nos permite conocer la vida de hombres y mujeres aguerridos que dejaron huella de sus pasos por nuestra comunidad.

Ojos de madera cuchillos de vidrio, es otra magnífica obra literaria sudcaliforniana. Quizás la primera -que leo- que hace uso y juega con el realismo-mágico de tan extraordinaria manera.

Todos –creo yo-, no solo viejos y adultos, también jóvenes y niños, debemos –sí, en su modo imperativo- leer este libro si queremos conocer parte importante de nuestra historia. Ojos de madera cuchillos de vidrio, guarda en gran medida lo que nos da (o debe darnos) el “sentido de pertenencia” y de arraigo que tanto falta, para defender, cuidar y proteger lo que nos han legado. Y con esto no me refiero a cuidarlo tan solo de los extranjeros –como en aquellos tiempos-, también de los locales. Por ejemplo de sus malos gobernantes y de todas aquellas personas que, con sus malos comentarios y su apatía, en lugar de construir, destruyen la riqueza tangible e intangible de nuestro querido PUEBLO, así, con mayúsculas.

Nadie puede amar lo que no conoce, eso es irrefutable.

En este libro vibra el corazón y corre la sangre de un pueblo minero, un pueblo que no quiso morir y que por ninguna razón, debe hacerlo...

Datos del autor :

Jesús "Bobby" García Manríquez.

Nació en el extinto Grupo Minero de San Luciano, a quince kilómetros de Santa Rosalía, BCS. Es Maestro de Ciencias Sociales por la Normal Superior de Nayarit. Obtuvo los premios Territorial de Oratoria, Juegos Florales de Todos Santos, Premio Estatal de Periodismo y Premio Municipal de Poesía y Cuento en Mulegé. Ha escrito otros libros.

lunes, 16 de mayo de 2016

Leyendo a Penny Black.

   
Hace un par de semanas terminé de leer Penny Black, libro de mi amiga la escritora sinaloense, Marisabel Macías Guerrero. Ella con este libro ganó el Premio Estatal de Cuento La Paz 2014.

Además de escribir, Marisabel tiene licenciatura en Filosofía, es egresada de la UABCS.

No me agrada la idea de enfocar mi comentario al contenido del libro solamente, porque Marisabel es mucho más que ganadora del premio literario antes mencionado y, es aquí donde radica lo interesante e importante del punto.

Marisabel es una mujer que además de escribir, lo hace –y este su libro es un ejemplo- sobre temas por desgracia poco convencionales, poco tratados en nuestra sociedad. Sociedad que se caracteriza en su mayoría y desde mi perspectiva, por darle más valor a la familia natural que a los valores humanos. Que no visualiza más allá de lo superficial y cotidiano. Valorando a sus pares por lo que tienen en pesos y no por lo que aportan para el desarrollo de su entorno en todos los contextos.
Sociedad que se ciega a la realidad que nos hiere –sobre todo a las mujeres-, a quien califica de inmorales o libertinas, cuando no siguen o seguimos los preceptos basados -en la muchas veces doble moral- de quienes los imponen.

Marisabel escribe usando palabras que lastiman el sentido de la vista de quienes la leen, porque utiliza aquellas -palabras- que nos han obligado desde niños a callar o a pronunciar en secreto, con vergüenza, como si al leerlas o pronunciarlas nos convirtiéramos en herejes. Sin tomar en cuenta que de muchas de esas palabras estamos construidos: clítoris, pene, senos, vagina. Y que fuimos creados a través de un orgasmo que si bien nuestra madre tuvo suerte, no solo fue el hombre con el que nos concibió quien lo gozó.

Marisabel escribe y denuncia a una sociedad cada vez más inquisitiva y que con mayor frecuencia y facilidad, excluye a todos aquellos que la conforman y que no siguen sus paradigmas y costumbres.

Marisabel escribe sobre temas que nos cimbran, mueven, colapsan. Sus textos nos llevan a refutarnos ideas que nos han impuesto desde tiempos inmemoriales. Sus letras son letras que invitan a desafiar conceptos morales que arrastramos y que sin darnos cuenta nos han hecho daño a muchos, por habernos impedido de una u otra forma disfrutar de la sexualidad.

Por otra parte, Marisabel también escribe para promover, divulgar y compartir la cultura. Para denunciar injusticias políticas. Para concientizar sobre el daño que generamos al planeta si no reciclamos, si no cuidamos el agua, si tiramos basura.

Marisable alza la voz en contra de los feminicidios y los pederastas. Pidiendo justicia para los desaparecidos (43).

Marisabel escribe para gritar que feminismo no es sinónimo de machismo. Y que ser feminista no es estar en contra de los hombres. Todo lo contrario, que el feminismo busca siempre entre hombres y mujeres igualdad, en el sentido estricto de la palabra.

Marisabel es una mujer que se esfuerza todos los días, con sus minutos y horas, por practicar con sus acciones la sororidad.

Marisabel vive en un grito, porque si no lo hace entonces no se siente viva ni libre.

Penny Black viene a darle un giro distinto a la literatura sudcaliforniana.

En 22 cuentos la autora se desnuda y se exhibe para que el lector vouyerista se deleite.

Veintidós cuentos que de manera excepcional empoderan a la mujer de su propio cuerpo, pensamiento, decisión y derecho a la libertad.

En Penny Black, Marisabel da voz a las mujeres que en diferentes tiempos han sufrido –o hemos- acoso,  violencia tanto física como psicológica o  comentarios machistas, que hemos tantas aprendido a través del tiempo a ver como "normales". Ella, a través de las páginas de su libro, nos ayuda a desahogarnos, a deshacernos en alguna medida de la frustración que nos han dejado esos acontecimientos.

Nosotras las lectoras,  resignificamos sus letras. Sin embargo, no es un libro exclusivo para mujeres, también lo es para todos aquellos hombres que sin saberlo son "feministas".

Penny Black lamento decir, no es un libro donde encontrarán descripciones explícitas de sexo, sí en cambio,  de erotismo y, aunque no haya sido tal vez la intensión de la autora, matices de poesía.

Agradezco a Marisabel primero, su amistad y después, que nos preste su voz en este su libro.



jueves, 5 de mayo de 2016

Ausencia.


¿Por qué ya no te mueves a mi alrededor?

¿Por qué cambiaste tu rumbo de manera intempestiva?

Dejaste de jugar con mi vestido y de contarme tus secretos. Tus manos ya no se escurren subrepticias por mi cuerpo. Ni trepas por la reja de la ventana de mi habitación, para tenderte a mi lado a observar el techo, mientras me cuentas lo que durante el día has hecho. Tampoco te enredas en mis cabellos, mucho menos en los vellos de mi pubis, como cuando desnuda me tumbé sobre la cálida roca, en la colina que un poco antes de tu partida escalamos y donde cual cordero, me inmolé solo para ti.

¿Qué pasó? Mí corazón se desborda de silencio por tu ausencia.

¿Dónde estás?

Debes saber que te extrañan las pequeñas hojas del árbol que plantamos un domingo nublado y frío y, que ahora casi se ha secado.
Te extraña el pájaro con piel de papalote que me compraste en el mercadito del barrio -que ya no existe porque se quemó-, cuyas alas el viento ya no ha desplegado.
También te echa de menos el rehilete de colores que subiste a instalar al techo del departamento, a fuerza de estarte insistiendo. Sus tristes aspas de madera se han resquebrajado. Lo mismo sucedió con mi esperanza.
Te extrañan las aguas del mar que llegan a la orilla de la playa disfrazadas de suaves olas, so pretexto de acariciar mis pies enfermos. Los que cada día están peor. Fisurados y sangrantes. Como si en ellos concentrara todas mis angustias.
Te extrañan Coltrane y Davis, Vaughan y Holliday, encerrados en fundas después del viaje que hicieras a Nueva Orleans -de donde me trajiste una taza-, contenidos en viejos viniles de 45 revoluciones, que guardo celosamente en una caja de cartón debajo de mi cama, la que por unos meses compartí contigo.
Al igual te extrañan los ladridos del perro cuando intenta ahuyentar a algún desconocido que se pasea a deshoras, por los alrededores del barrio y el canto del gallo de la vecina, que todas las mañana se paraba –y lo sigue haciendo- en la ventana, a las seis con 10 minutos y nos servía –me sigue sirviendo- de despertador aun en los días de asueto.

Haz condenado a este viejo pueblo al silencio desquiciante de tu no presencia.

Todo se ha vuelto más sofocante. El mismo calor que antes disfruté ahora me es insoportable.

Sin embargo y sobre todo, debes saber que te extraño yo, la mujer que descubriste una mañana a mediados del mes de junio y de quien preguntaste a otros cuál era mi nombre, qué hacía, por qué no sonreía. Yo, a  quien sorprendiste a solas en su departamento esperándote, la tarde de exactamente un mes después, con un vaso de agua fría sobre la mesa de la cocina. Yo, la mujer a  la que le robaste un beso, ese beso que de manera (in) consciente hace tiempo deseaba de ti.

Te extraño todos los días ajetreados con sus noches solitarias.

Extraño respirarte, olerte, palparte.  Pero en  especial, extraño sobremanera escuchar el eco de tu sonora carcajada al mal contarte un buen chiste, en nuestro cotidiano, vespertino y parsimonioso andar por la dársena esperando el crepúsculo. Cuando sentía cómo tu mano derecha me asía con firmeza de la cintura, para llevarme de manera suave hacia tu cuerpo y  me decías al oído todo lo que me amabas. Qué tiempos aquellos, tú y yo juntos.

¿Por qué te alejaste?

Es irónico, partiste desde ese mismo muelle -por donde anduvimos tantas tardes- el primer día del frío mes de febrero, seis meses con quince días después de aquella tarde que me sorprendiste en mi departamento, una mañana muy de mañana, cuando casi nadie fue testigo. Y digo casi nadie, porque te vieron las gaviotas que graznando levantaron el vuelo. Te vieron los peces con sus últimas miradas agonizantes al ser echados a la cubeta por un viejo pescador ebrio. Ese mismo pescador –sin quererlo- sirvió de testigo ocular a tu partida y no hizo nada para detenerte. Sólo tras un eructo, agitó su mano al aire como si se despidiese de alguien que no eras tú.

Te embarcaste en una gran nave gris que se dejó arrastrar por las aguas de un mar que me traicionó a pesar de ser yo quien más le ama.
El grito burlón del barco al irse alejando de la costa y su columna de humo, mediaron nuestra despedida.

Tu paso por mi vida fue como un huracán –fuera de temporada- que, en su peculiar ventisca se llevó todas mis ganas, dejándome desprovista de toda caricia –tuya- y plagada de tantas ansias –mías-.