jueves, 25 de octubre de 2018

Patricia, mi hija.


La recuerdo cantando muy bajito una canción de Adele. Cada una en su cuarto –ella y yo- en la quietud y silencio de la casa. Su voz tan dulce llega a mis oídos y me invade un sentimiento que no puedo describir, si, eso que se simplifica en inefable.  

Llegó casi recién entrado el siglo XXI,  después de haberla perdido un año antes. Su espera estuvo llena de sobresaltos; tanto, que me vi obligada a guardar reposo varias semanas para no adelantar su llegada, sin contar lo mal que la pasé las doce primeras a causa de la hiperemesis. Al final todo salió bien y mi pequeña Patricia vio la luz del mundo un cálido -a pesar que los árboles habían empezado a tirar sus hojas crujientes y doradas- lunes diecinueve, pasado el medio día. Si, noviembre la acogió jubiloso y con tibieza. El otoño la abrazó con su sol y sus vientos. El mar, rompió gustoso sus olas contra las rocas que sonrieron abrazándolo también. 
Mi niña hizo saber al mundo de su presencia con un llanto vigoroso, tan lleno de dulzura que todo lo conmovió. 
La vida abrió sus brazos para darle la bienvenida y yo con ella.  

Patricia, hace honor a su nombre. El significado bíblico según encontré, es: “Aquella que es noble”, y lo creí tal vez porque es justo así. 
Desde muy niña lo fue y ahora que es una joven de bachiller a punto de graduarse no ha cambiado. Su corazón es grande y más que palpitar, repica melodioso, con un tun, tun; tun, tun, contagioso, así como lo es su risa.

Recuerdo su cabello fino, negro y rizado recogido en dos coletas. ¿Dónde quedaron esos rizos? Por alguna razón desaparecieron, ahora su cabello es lacio y sin sus dos churos rizados danzando. Bailaba tanto, no sé porque ya no lo hace, tal vez por vergüenza ya que dice que no sabe. “Cómo vas a saber si nunca lo intentas”, le digo yo, más no sirve de nada, no logro convencerla para que se anime. Al menos no en mi presencia.

Sigue cantando bajito casi siempre en inglés y yo sigo disfrutando oírla. 

Es una joven fuerte aunque quizá no se ha dado cuenta. Es independiente porque ha aprendido a hacer tantas cosas. Tiene mucha facilidad para relacionarse con las personas. Es una muy buena compañía Es divertida y me gusta cuando ríe un poco avergonzada por las tonterías que digo y hago. Si supiera que muchas veces son sólo para simplemente eso, escucharla reír. Sobre todo cuando la siento distraída, un poco ausente, un poco triste. 
Porque no es tan  difícil darse cuenta cuando le pasa algo; su sonrisa desaparece y se torna meditabunda. Trato de respetar su silencio aunque me duela saberla así. En la adolescencia y juventud no hubo quien no pasara malos ratos debido a decepciones que más adelante y de manera retrospectiva aceptamos como tontas. Por lo pronto daría muchas cosas para poder evitárselas. Sin embargo, la vida exige también vivirlas para de alguna manera fortalecer el espíritu de quien las sufre. 
Más tarde, cuando veo que la pequeña tormenta ha pasado, pregunto y hablo, a veces en broma, otras con mucha seriedad pero siempre con la intención de ayudar. Ojalá sirva de algo. 

Patricia es una aliada.

Me gusta la espontaneidad con la que vive, cómo se toma la vida. Me gusta lo dedicada que es a pesar de aparentar que no. Me gusta y me preocupa su inocencia y falta de malicia, es decir, su exceso de confianza en las personas.

Ahora que se acerca cada vez más el día en que vaya a la universidad, el corazón se me apachurra y de sólo imaginar lo que será esta casa sin ella, me duele el alma y quisiera regresar el tiempo y abrazarla y retenerla y verla otra vez bailar y tocar sus rizos y llevarla de la mano por la calle y tantas cosas más. 

Patricia es una joven con un potencial enorme para llegar a ser lo que se proponga y lo hará, de eso no me cabe duda. Sólo deseo poder estar ahí celebrando juntas con el resto de la familia. Mientras ese día llega, estaré también para cuando lo necesite a través de un mensaje o de una llamada, cuando la presencia física de mi persona no pueda apapacharla. 

Quise escribir sobre ella, porque el tiempo se me ha venido encima y ahora la vida también está a punto de arrebatármela. Esa vida que le sonríe pícaramente para seducirla y animarla a que abra sus alas y pruebe volar sola. 
Mis manos tiemblan al escribir esto y mis ojos se anegan.
No quiero que se vaya.   

Mientras sigamos juntas aquí, de la casa al trabajo, del trabajo a la casa, vendiendo libros, disfrutando la playa, comiendo pastel y también pasta, enseñándola a conducir; disfrutaré de su presencia, de su charla y de su risa, más que nada. 



“Espero que mi hija crezca empoderada y no se defina por su aspecto, sino por las cualidades que hacen de ella una mujer inteligente, fuerte y responsable.”

Isaiah Mustafa

martes, 9 de octubre de 2018

La mujer que no soy


Dices que es difícil hablar conmigo, sólo soy una mujer pensante que debate y cuestiona.
Que no sea "tan" feminista, cuando apenas estoy adentrándome en el tema. Cuando no soy ni la quinta parte de lo que quisiera poder llegar a ser.
Que no llore ni extrañe, que es de cobardes hacerlo; cuando para mí son actos de liberación y amor.
Que soy efímera, cuando permanezco a tu la lado por voluntad propia.
Dices que soy amante, como si por eso tuviera que sentirme avergonzada. Si supieras que he sido, soy y lo seguiré siendo. Nadie me obliga, es un placer libremente elegido.
Que grito,  sin embargo; no has  logrado entender que es sólo el énfasis que le doy a mis palabras; impotencia y desesperación que brotan incontrolables de mi boca para hacerme escuchar y entender por ti. No, no soy una loca.
Que no escriba; cómo, si de eso depende mi equilibrio. Las letras son el cauce por el cual desfogo mis emociones, frustraciones y anhelos.
Dices que me odias y que no me aguantas; para esto no tengo palabras.

Definitivamente no soy mejor que nadie. Lo que si es cierto, es que estoy en el camino del aprendizaje. Aprender a identificar y encausar mis emociones de la manera más adecuada, menos nociva. Buscarme y lograr encontrarme y reconocerme. Estoy en eso.

En ese camino he decidido que quiero seguir siendo la mujer que piensa, que debate, que no se calla. La que llora y extraña, en fin, una cobarde.
La amante que a pesar de sentirse efímera no se rinde, todo lo contrario. Sigo buscando motivos y argumentos para preservar el amor que se me ofrece y al cual correspondo. Que presiento o siento. Hasta que la sensatez diga ya basta.

Quiero seguir hablando con pasión aunque para eso tenga que elevar el tono de mi voz.
Escribir sin reservas, sin temor a ser enjuiciada por las personas que me conocen y saben lo que siento y como lo siento y expreso.
No te tomes todo personal, o tal vez si. Quizá seas tú el que detona estos estados que tanto odias.
Deseo seguir haciendo cambios en mí para generar cambios en otras personas -en mis más cercanos –si lo quieren y aceptan.

Soy la mujer que no quiere ni acepta seguir deteniéndose a dar explicaciones. Ni conciliar nimiedades ni absurdos. Me niego rotundamente a continuar defendiéndome –irónicamente- de los embates  -conscientes o inconscientes- que las personas que más quiero me propinan.

No quiero -ni acepto- seguir pidiendo ni esperando lo que no se me está dispuesto a dar sin reclamos ni condicionamientos. 

Soy una mujer responsable que sabe cuidarse y cuidar de los suyos. Hace mucho la vida me enseñó a hacerlo, golpe tras golpe. Aunque por momentos me guste depender de otras personas, lo hago por simple gusto. Llámale comodidad.

Y en el amor me queda claro que cada quien tiene sus razones, desazones, decepciones y acaso tal vez sus esperanzas.

Yo, mujer gerundio, quiero seguir amando, llorando, riendo, escribiendo, gritando, extrañando.
Disfrutar de la libertad de vivir y amar.

Seguir siendo la mujer que no soy -para ti-.
Entera y eternamente Imperfecta.


"Ya no mujer joven sino mujer rotunda. Mis deseos ya no intuiciones sino certezas." Giaconda Belli.

jueves, 4 de octubre de 2018

Otro tipo de otoño

Hace unas semanas visité la tumba de mi padre y de mi madre. Les llevé flores y me quedé ahí, haciendo como que leía la inscripción de la lápida. Queriendo hablar con ellos en mis adentros, sin lograrlo.

Yo no sé ustedes, pero a mí no se me da eso de hablar con los muertos. Más bien, me gusta guardar silencio y concentrarme en el recalcitrante dolor que sigue escondido por ahí, en alguna cavidad del corazón y que me carcome, sobre todo en el otoño. 

Pero déjenme contarles que ese día que fui al cementerio, por la noche soñé a mi madre. En el sueño, el cortejo fúnebre se dirigía al panteón por la subida a Mesa México, yo lo veía desde la plaza mientras trataba de darle alcance, mas no lo logré –otra vez-. Segundos después, me vi caminando entre gente que no conocía, llorando y gritando, ¡mamá, mamá, mamá!

Desperté entonces escuchando mis propios gritos y sintiendo profunda tristeza. Hace un par de días la volví a soñar, pero ese no lo recuerdo. 

El otoño siempre ha sido complicado para mí, desde que me acuerdo me genera mucha melancolía, emociones ambiguas. Ahora que el otoño me ha arrebatado  a dos de las personas que más quería, es distinto. No sólo me siento melancólica, también nostálgica.  Y me da por pensar mucho en ellos dos. Por extrañarlos ante cualquier estímulo: una canción, una foto, comida. Durante el transcurrir del día me ahoga un nudo invisible que aprieta mi garganta. 
El veintisiete de octubre mi madre cumplirá dos años de ausencia eterna. Durante muchos días del año vivo creyendo que ya superé su partida, y más concretamente la forma en que sucedió su muerte y mi no presencia en su sepelio; sin embargo, ahora no estoy tan segura.

¿Cuánto tiempo dura un duelo? ¿Cuánto tiempo se le llora a un muerto? 

Muchos días las letras revolotearon en mi mente queriendo acomodarse y salir. Cada intento fue una contracción brusca y dolorosa. Ahora estoy confundida, no sé si ya me siento mejor; si todavía los deseos de llorar los cargo bulléndome  en el pecho. Si las ganas de reclamarle a la vida la forma que me separó de ellos también están sepultadas. 
Han sido tantos días sin ellos, tantos, tantos, que parecen tan pocos.

Mi padre murió en noviembre, ya casi serán once años. Él es otro cantar, otro boleto, otro dolor,  no obstante, se mezcla con este.

En el otoño en especial, corro detrás de la vida queriendo abrazarla, retenerla un poquito más. Mirando el cielo con desesperación o anhelo, o esperanza, o vayan ustedes a saber qué.

Corro con el corazón contrito. Con la voz en un grito. Corro. Corro. Corro.