sábado, 29 de febrero de 2020

Desahogo


Agradezco a la vida que me hizo nacer y crecer como Mujer. A través de este cuerpo, de esta mente y corazón, puedo expresar mis sentimientos y emociones con llanto y risa, con letras o mi propia voz. 

Todos o casi todos los hombres con los que he convivido en lo privado sin importar el tiempo que eso haya durado, se han empeñado de alguna forma en acallar -me- o controlar -me- la manera en que expreso mis ideas o sentires. Ninguno aceptó ni ha aceptado a la mujer que soy. Allá ellos. 
Al final y para su desgracia, todos han terminado buscándome mucho o poco tiempo después. Para fortuna mía, he sabido de manera inteligente negarme a continuar con ellos cualquier tipo de relación. 
Hubo de todo: cobardes, adictos a las drogas y al trabajo, egocéntricos, vividores, ventajosos, grises, alcohólicos, inmaduros. Todos manipuladores. Todos machos. En diferentes escalas y con matices propios, eso si.

La vida, mi interés y esfuerzo por trabajar mis emociones y mi amor propio -cosa que no hice en años pasados-, me enseñaron a identificar -aunque no me guste a veces, debo reconocerlo- los micromachismos y los signos de violencia tan sutiles a los que me sometí y someto en aras de preservar el amor. Educada en la creencia del amor romántico, ha sido muy difícil reeducarme y desterrar ideas equivocadas de lo que es o debe ser el amor en pareja. 
Todo esto lo reflexiono al hacerme cada vez más consciente de lo importante que es estar rodeada de mujeres. Nunca antes las había valorado tanto, a las que son mis amigas y a las que no lo son también. Son la parte bella de todas las tristes historias que vivimos y sufrimos por un hombre, por el amor. 
Me siento tan agradecida con todas ellas. A lo largo de todos estos años me contuvieron y siguen conteniendo. Algunas en la cercanía, otras en la distancia, sin duda con la misma intensidad, mismo amor, sin condicionamientos. 

Ahora que mi corazón sangra, que lo siento bullir, en efervescencia; deseo desahogarme. No sé que hubiese sido de mi sin la presencia de cada una de las que me acompañaron y acompañan del modo que haya sido y sea, en los momentos que me sentía y siento rota. O tal vez si, este cuerpo sería un montón cenizas. 

Las mujeres me han enseñado por medio de sus historias de desilusión, de abandono y decepción, que se puede resurgir, si, cuando todo se cree perdido. Cuando nos sentimos perdidas. 

Ahora, se acerca una semana muy significativa para mi. Una semana de preparación mental para ascender en mi caso por segunda vez el volcán La Virgen. En esta ocasión acompañada de otras mujeres que sin pensarlo ni saberlo me mueven y motivan. 
Como ya no creo que en esta vida exista la casualidad sino todo lo contrario, el para qué; estoy alistando mi saco de amores rotos, de fracasos, adioses, y el odio que en mí han dejado caer para lastimarme y que no me pertenece, e iré a arrojarlo desde la cima del volcán al vacío, para que se esparza y diluya. Se pierda en la nada. No quiero regresar de nuevo a mi vida con toda ese peso que sin querer se va acumulando y que llega  convertirse en un lastre lastimoso para alma y espíritu. 
Deseo que el trayecto me sea duro, pesado. Sudar el dolor y las ansias que a veces tapan mis poros y me intoxican. Quiero que me duelan todos y cada uno de los músculos, cada célula que los compone. Es mi intención regresar sana. 
Gritar en la cima que sigo siendo efímera. Melancólica. En mi esencia solitaria. Y que disfruto serlo, por más que hallan querido que fuese distinta.

Será un viaje catártico sin duda. Llevaré en mi bolso la poesía de mujeres que se han curado con ella. 
Será de igual manera, signo de rebeldía contra el patriarcado. Contra el amor romántico que nos daña profundamente. 
Ese viaje va por todas aquellas que nos hemos abandonado a ese amor por entregárselo a un hombre que nos ha aplastado sin miramientos, escudado en su machismo y misoginia. En su cerrazón. En su intolerancia e incapacidad para sabernos escuchar, sobre todo para querer y estar dispuesto a hacerlo.
Va por todas nosotras. 
Va por mi. Por mi. Por mi. 

Ahora escribo no sólo para que me lea el viento, también lo hago para mis hermanas, mis amigas las mujeres que tanto quiero. 

Escribo desde el dolor, con la certeza de que algún día desaparecerá. 


"Y me despedí como cualquier día más.
  Sabiendo que nunca más.
  Que ya no existes.
  Que ya no iré."

Carmen Saavedra Saldívar



martes, 25 de febrero de 2020

Mar y Sol




Escribo pensando en ti. En tu risa adolescente llena de vida.
Así te conocí. Así te recuerdo cada vez que veo a jóvenes como tú bailando, declamando, desfilando. 

Escribo para no dejar que te pierdas en el tiempo. En cuatro paredes blancas y frías. Entre el sincronizado sonido de tu respiración artificial. Entre tubos, catéteres. Entre sábanas de cientos de usos. 

En realidad no te conozco. No hubo tiempo. No hubo ninguna charla, mirada o sonrisa, mucho menos un abrazo que mediara entre nosotras. Lo más, un me gusta por las redes sociales. Sin embargo, tu tragedia me tocó y no entiendo por qué de esta manera tan profunda y dolorosa. Como ola expansiva. Pero yo no importo. Importas tú. Me importas tú. 

Tu joven vida coartada víctima de mil dolores, incomprensión, presiones, frustraciones. De quién sabe cuántas emociones y sentimientos más, que la misma sociedad fuimos tejiendo de manera directa e indirecta. Aunque nos neguemos a aceptarlo.
¿Qué te faltó? Si pudieras decírmelo. 

No olvido el día que te visité, una noche fría de inicios de diciembre. Hacía un mes del terrible suceso. Te hablé como si nos conociéramos y no supe si me escuchaste. Toqué tu piel tan delicada, tan tibia. Quise abrazarte, sin embargo, sentí que si lo hacía transgrediría tu voluntad. ¿Cómo iba yo a saber si lo deseabas? Si no nos conocíamos…
Me hubiese gustado gritar que despertaras, que siguieras con tu vida que parecía tan plena. Que allá afuera, cerca y lejos de tu cama éramos muchas las personas que esperábamos por ti –yo sigo esperando-. Porque te conociéramos o no, te queremos. Yo te quiero aunque no te conozco. 
No obstante, tuve que conformarme con verte y acariciar tu brazo, tu pelo largo. Tragué saliva para contener mi llanto conformado de impotencia y frustración. De tristeza. Salí de la habitación donde yacías, yaces todavía, con el corazón fragmentado. Decepcionada de la vida y con mil cuestionamientos dirigidos a dios. Sigo sin entender sus “designios”. Sigo sin poder comprender qué de bueno traerá todo esto para las personas que te conocemos. Para las más cercanas a ti. Para ti misma. Y cada vez que me siento feliz te pienso y se apaga un poco esa felicidad al sentirme egoísta. 

En qué hemos fallado. En qué les hemos fallado tanto a ti como a otras y otros jóvenes. ¿Lo sabremos algún día? ¿Podrás decirlo tú? No lo sé. 

Eres una herida abierta –otra- para la comunidad, el recuerdo latente de nuestros errores.  

Cada noche te pienso. No dejo de hacerlo. No quiero olvidarte. 

Con todo mi cariño para ti, Marisol Hong Orrantia.



“No se puede encontrar la paz evitando la vida” Virginia Woolf