Ahora estoy aquí sentada tratando de escribir. Me cuesta tragar saliva, retener las lágrimas. No sé si de rabia o tristeza, dolor o impotencia. Con la maldita opresión en el pecho que apenas me deja respirar.
Hoy fue #DanielaRamirez, pero hace tiempo fue Mara y muchas otras mujeres las que han sido encontradas desnudas y mutiladas. Enterradas. Abandonadas en parajes como si fuesen un producto desechable.
Maldita sea. No basta con golpear la mesa ni la pared. Todas mis emociones están contenidas, no pueden escapar de este cuerpo al que asfixian. Es claro que me sobrepasan. No fue suficiente correr todos esos kilómetros muy temprano. No, no lo fue.
Me considero feminista, leo sobre el tema y busco leer a todas esas mujeres expertas porque quiero aprender, quiero poder debatir con argumentos sólidos y bien fundamentados. Quiero ayudar a construir un mejor país. Trabajo en mi reconstrucción como mujer. En mi acercamiento con otras mujeres de la comunidad.
Busco relacionarme con feministas por todos los medios posibles, estrechar lazos de amistad aunque sea de manera virtual a través de las redes sociales.
Busco sentirme acompañada por ellas, porque este camino es árido y difícil.
En ocasiones desespero, siento que no avanzo, que la información me rebasa, que otras actividades consumen mi tiempo y no leo todo lo que quisiera.
Ha sido una mañana difícil. Leer la nota sobre un feminicidio más, es sentir como si esto se tratara de la ruleta rusa, que en cualquier momento pueden ser mis hijas las víctimas.
Pienso en el dolor de las madres de esas jóvenes y me quiebro.
Pienso en la víctima, en su horas de horror y sufrimiento. En cómo un día salió de su casa para dirigirse a la escuela, trabajo, fiesta, sin imaginar siquiera que sería parte de ésta mortal y aterradora estadística que consume a las mujeres en nuestro país y cuyo móvil, es el machismo y misoginia ancestral. Bajo la mirada impasible de un Gobierno patriarcal incapaz de crear estrategias que nos brinden la seguridad a la que tenemos derecho. Gobierno inepto y corrupto. Cómplice.
Todo esto no tiene sentido. Es peor que una pesadilla.
Y por si eso no fuese suficiente, leo en las redes no solo a hombres, a muchas mujeres burlándose del cuerpo de otra mujer, de la forma en que visten, de su peso corporal. Y quienes lo hacen, en otro momento se manifiestan sororas. Increíble. Qué farsa. Qué hipocresía.
Lo creo de ellos, los hombres. No se cansan de denostar a cuanta mujer se les antoja. De burlarse del lenguaje inclusivo. Se creen seres perfectos y superiores. Pero de mujer a mujer; me enoja, me encoleriza.
¿De verdad no se dan cuenta lo que pasa en México con nosotras?, ¿les divierte tanto los comentarios e imágenes que suben a las redes ridiculizando a otra mujer? No encuentro justificación para esas acciones.
Deberíamos estar gritando, exigiendo en las calles, en las redes sociales, nuestro derecho a transitar libres y sin miedo. A vestirnos como se nos plazca.
Deberíamos callar al macho cuando habla mal de otra mujer frente a nosotras. Enfrentarlos cuando acosa a nuestra compañera de clase o de trabajo.
Deberíamos hacer muchas cosas juntas y unidas, menos atacarnos. Porque para eso están ellos, los machos-misóginos, pululando en las calles, taxis, oficinas, hospitales, parques, restaurantes, cines, playas. En todo lugar. Acechándonos.
Deberíamos mujeres, cuidarnos y protegernos.
Hoy me siento cansada, enojada, asqueada, harta de toda esta mierda que las redes sociales exhiben contra la mujer.
Sin embargo, como luz al final del túnel las veo a ellas, a esas otras feministas. Sé que ellas me entienden, porque se han sentido igual en otros momentos, tal vez ahora mismo. Porque tengo la certeza de que me abrazan en la distancia y todas nos acompañamos y lloramos y también reímos.
Ellas me hacen fuerte. Gracias.
"Si el estado tuviera perspectiva de género, si fuera entonces más democrático, no habría tolerancia social a la violencia hacia las mujeres y por lo tanto al feminicidio". (Marcela Lagarde)
Por: Patricia Valenzuela L.
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