Entré a navegar por la internet buscando una de tantas páginas dónde suscribirme para encontrar pareja. Era la primavera del año 2009, el mes de mayo estaba para ser un poco más precisa, por expirar. Todavía podía salir al balcón de mi cuarto, ver la inmensidad del mar e imaginar la llegada de Cortés, sí, por el Cortés -y su horda de españolitos ingenuos y deteriorados- que vinieron a traer la viruela, entre otras cosas a tierras mexicanas, sin el agobiante calor, la humedad y los insoportables mosquitos cuyo blanco siempre era yo.
Desde el balcón podía fumar a mis anchas y ver pasar
desde lo alto, a la gente que caminaba
por la calle, absorta cada una en sus pensamientos.
Mi estado emocional rayaba en el desastre. La relación
con mi amante a “distancia” acababa de
terminar. Eso me mantenía cuativa
las 24 horas del día, sumida entre la melancolía de lo perdido y la
incertidumbre de un futuro “sola”.
Animada por mis amigas, fue entonces que me lancé e
investigué todo sobre esas páginas que dicen,
ayudan a encontrar el amor. Para ser sincera,
no esperaba encontrar a nadie que lograra despertara mi interés, al contrario, solo para confirmar mi
escepticismo, fue que decidí hacerlo y entonces poder decirles a ellas, a mis
amigas, que eso era la más grande farsa.
Para no hacer
el cuento largo, me suscribí -en el
nivel más básico y económico, por supuesto- haciendo el respectivo pago a
través de tarjeta de crédito. Y Pensándolo bien, con ese dinero me hubiese
podido comprar 2 o 3 libros.
Empecé armando mi perfil. Me describí en lo físico y
en lo emocional (un poco, porque se trataba de encontrar, ¿qué no?). Cité mis
preferencias con respecto a la comida, la música y la lectura. Mis sitios preferidos
para vacacionar, mi deporte predilecto, religión, ocupación e ingresos. Sí, en
este punto fui lo más exacta posible. Me di cuenta de que la mayoría dejaba en
blanco ese espacio, como si tuviesen miedo que los tacharan de ambiciosos, caza
fortunas o de pobres… de plano. Yo hice lo contrario, anoté cuanto ganaba al
año y cuanto deseaba que fuesen los ingresos del prospecto que se animara.
Además, dejar bien claro que tenía que ser inteligente, educado; cariñoso; que
le gustaran los niños y que no quisiera tener más (tres son más que suficiente).
Que no fuera comunista ( al menos de los que quieren tomar el poder por vía de
las armas), que le gustara la música de cello y la buena literatura. Al
terminar de escribir, borrar, escribir y volver a borrar, quedé satisfecha con
esa parte de “mi perfil”.
El siguiente paso fue subir una o varias fotografías
mías, porque según, la persona que subía más, tenía también más probabilidades
de encontrar pronto a su ideal. Así que ahí estoy buscando las mejores o para
ser más clara, las menos peores. “Por fin, ahora sí quedó listo”, me dije
satisfecha. Antes de dar click para aceptar y que todo se guardara, releí todo
lo que escribí y reí pensando: “Parece que más que encontrar, quiero lo contrario.
Porque con tanto requisito que pido nadie me va a pelar. En fin, nada pierdo
con intentar, además ya pagué, ahora lo desquito”. Click…
Poco a poco empecé a recibir “guiños”, propuestas de
amistad, vaya. Yo leía el perfil del personaje en turno y con alguno que otro me
pasó que no pude terminar de hacerlo, ya sea por su mala ortografía, por la
falta de hilaridad en las ideas o por ambas cosas. Eso me hizo desistir de
continuar, no una, sino en varias ocasiones. Otro caso que “deseché” de ipso
facto, fue el de un tipo que sus ingresos eran irrisorios (a éste sí lo
tacharon de pobre, eso le pasa por arriesgado). No soy ambiciosa, pero no iba a
entrar a “guatepeor” (y con esto no me estoy refiriendo al “amante a distancia”). Así se sucedían mis
días, -mientras el mes de junio avanzaba parsimonioso- llegar de trabajar y
antes de nada, revisar el sitio. Mis más reciente obsesión.
Encontré sombrerudos, con bigote, sin bigote, calvos,
greñudos, con aretes, musculosos, hipies, albinos, morenos, muy morenos, tatuados,
sexagenarios, empresarios, policías, viudos, divorciados, solteros, snobs, de
todo… pero ninguno me llenó el ojo.
Ya, una vez
comprobada mi teoría de que por ese medio era más que imposible encontrar el
amor, -y decepcionada en el fondo-,
decidí claudicar en la búsqueda y espera. Fue entonces que, un día recibí la invitación para entablar
conversación. Sus letras y sus ideas me inquietaron y hasta puedo decir que me
sorprendieron. Revisé su perfil y cumplía con varios puntos de los que yo buscaba,
así que respondí. ¿Su pseudónimo?: Freedom. Yo elegí como pseudómino, el nombre de la protagonista de mi libro
preferido. Recuerdo que lo que más me impactó, fue que al leer su primer
mensaje, casi casi hubiese podido jurar que había sido escrito por “amante a
distancia”. Eran sus mismas frases, el mismo modo de expresarse, su intachable
ortografía, su buena redacción. Quise llegar rápido al final del texto para
poder darme cuenta de quién era en realidad la firma, lo hice, y aún no siendo
quien creí, esa expectativa que se generó en mí, me animó a interactuar con el
desconocido.
Fue así, que “Freedom”
y “Protagonista de novela”
empezaron a intercambiar ideas, notas, comentarios y detalles sobre sus vidas. Y
claro, me convencí de que no era quien yo creí y deseé.
Sin embargo… no vayan a pensar que acabé por creer que
en esos sitios se puede encontrar en realidad el amor, no, no fue así(todo lo
contrario).
La relación prosperó –de manera virtual-, como toda
relación que inicia, creí haber encontrado al hombre perfecto, al hombre que
diosito me tuvo guardado después de tanto tiempo y tantos rezos. Al hombre con
quien llegaría a vivir mi vejez. Y al
poquito tiempo sucedió lo lógico, concertamos una cita en un punto medio de su
ciudad y la mía y nos conocimos en persona. En ese encuentro, la primera señal
de que tenía que detenerme la pasé por alto y me seguí como caballo desbocado.
Cegada por la efímera ilusión de la novedad. Empezamos una convivencia a veces
a distancia, a veces no. Viajamos por muchos lugares hermosos de la República
Mexicana. La relación con la familia y
amigos más cercanos de cada uno se dio, a pesar de mis propias, secretas e
“infundadas” dudas. Sin embargo, el tiempo me regresó la cordura y se llevó el
enamoramiento (¿o al revés?). Poco a poco empezaron las diferencias, las
discusiones, el no ponernos de acuerdo. El estira y afloja. Los buenos momentos
se diluyeron entre el orgullo, la soberbia; el hartazgo; la decepción y el
desenamoramiento.
Al final, él terminó yéndose y yo agradeciéndoselo.
Tres años después.
Hasta la fecha, no he vuelto a abrir una página para
suscribirme y buscar el anhelado amor.
Un año después, sin esperarlo –sin desearlo tampoco-
el amor me encontró a mí. Sin necesidad de membresía.
¿Y cuál es el nombre de "protagonista de novela"? me dejaste intrigado.
ResponderEliminarBesos,
Rodolfo Naró