martes, 10 de marzo de 2020

La cura. Radiografía del dolor


Quise curarme del amor con otro amor y no pude.
Quise librarme del fuego feroz que todo lo consume.Tampoco pude.
Me alcanzó. Terminé calcinada.
Empapé cientos de almohadas en cientos de días con sus noches, con mis lágrimas.
Abrí mis venas voluntariamente para que corriera todo el veneno que inyectaron en mí.
Repetí de memoria el abecedario con las que formaron frases completas 
construidas de amor romántico.
Disequé mi corazón en busca de amores perdidos.
Sangré solitaria, en silencio. Agazapada bajo la lluvia.
En medio del desierto. Frente al mar. Sobre la montaña más alta.
El dolor se volvió parte de mi crónica y molesta melancolía.
No hubo analgésico para mitigarla.
Entonces me acostumbré a sonreír a pesar de la herida abierta.
La llaga reventada.La espina incrustada.La herida supurada.
En mi radiografía todo se veía radiopaco: vértebras, órganos, 
el mismo aire contenido en los pulmones. Oscuridad completa.
Quise creer que fue por la técnica utilizada,sin embargo, 
era yo enrarecida por el veneno del tipo de amor
que me enseñaron a beber poco a poco desde mi infancia.
Por lo que la luz de los rayos x,no pudieron penetrar mi interior.
Me sentía enferma y buscaba La cura.
Inesperadamente, como sucede con casi todo lo bello,
conocí a una poderosa Bruja que me ofreció como regalo 
su recetario de pócimas.
Lo acepté, ¿qué más podía perder?
Probé con desesperación sus letras, casi hasta ahogarme.
Fueron letras de sanación y revitalización.
Convulsa terminé la sangría,acto seguido,
dejé entrar en mi cuerpo células nuevas, oxigenadas,limpias y purificadas, 
por medio de la lectura poética y mágica de aquel libro
me sentí fortalecida al paso de los días.
Acariciada por la poesía que a su vez acarició cada herida.
Abracé los versos muchos días,a todas horas: antes de dormir, 
al despertar, cuando comía. En el alto de la esquina.
Sentí el abrazo poderoso de la Bruja de negros y rizados cabellos. 
De mirada profética. Casi pude escuchar su poderosa y amorosa voz
diciéndome ten fe, la poesía lo cura todo. 
Le creí. No mintió.
Hoy me siento limpia, llena de energía.La cura llegó a mi y me salvó. 
Ayudó a procesar el dolor. Escupirlo. Vomitarlo.
Inyectó en mis labios un grito de guerra. 
Fortaleció mis brazos para poder abrazar a otras enfermas.
En este momento puedo mirarme al espejo y sonreír.
Ahora comparto La cura a otra mujeres para ayudarles a sanar,
a sonreír.
A amar.


Mi admiración y cariño para todas esas Brujas que escriben libros 
de pócimas que nos ayudan a sanar.   
En especial a Carmen Saavedra por su compañía a través de tan bellas letras.



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