Elegiste febrero para marcar el adiós. La cerrazón y egoísmo como estandarte. Decidiste dejar que el ego gobernara sobre tu amor (por mí). Me dejaste de lado mientras te adentraste a las profundidades de la desolación. Te tendí mi mano, hice de mi voz y mis letras, el faro que te ayudara a llegar a mí y bajo la tempestad protegernos juntos. No supiste o no quisiste verme. A cambio te embarcaste en un viaje solitario, mientras veía desde la costa de tu Pacífico mar cómo tu figura se deshacía en el horizonte. Agité los brazos deseando que viraras.Pernocté bajo la noche fría sin estrellas ni luna, sobre una arena áspera, cortante; con el viento abriendo heridas en mi rostro. No recuerdo si lloré, debí hacerlo, supongo. Porque toqué hilos de hielo en mis mejillas que se rompieron al caer y estrellarse contra una roca tiñéndola de mí.Amaneció y fue imposible encontrarte, estabas tan mar adentrado, ahogándote en el desdén contra mí -amor-. Fue ahí donde me convencí que te habías perdido. La desilusión y la tristeza me habitaron por unos días, meses, tal vez minutos. Me sentí incapaz de darte un poco de paz, la que buscabas, esa misma que desde hace tiempo no encuentras. Confié en que me enviarías un mensaje aceptando mi compañía y nos reencontraríamos. Sin embargo, jugaste con el silencio y el mensaje no llegó. Me sentí sola y no me gustó la sensación de abandono; me obligué a retomar mi camino sin ti. Estuve a punto de ser arrastrada por las olas. A pesar del dolor en mis pies heridos no quise detenerme, sabía que si lo hacía (si regresaba)corría el riesgo de ahogarme en otro mar que no era el mío.Ahora en el mar hay bandera roja, no podría acercarme aunque lo pretendiera. En algún momento saldrá el sol y tú podrás desembarcar. Antes, tienes que saber que no soy más Penélope. No perdí la razón por tu huida. Yo si quise seguir con mi vida. Me costó mucho trabajo reconstruirla después de tantas tormentas.Es año bisiesto y me favorece. No tendré que recordar tu solitaria partida. No recordaré cada año el día que olvidaste los casi dos mil quinientos cincuenta y cinco días que te cobijé bajo el murmullo de mis aguas tibias.
“No huyas si no es de ti
hacia mi el movimiento.” Elvira Sastre
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