¿Qué hago con la botella de vino, los cigarrillos y el vestido negro que adquirí pensando en ti?
¿Qué hago si ya no quiero seguir escribiendo –te- cartas de amor? El cajón de madera debajo de la cama, ya no tiene suficiente espacio para almacenar todas las ganas que tengo de recibir correspondencia tuya.
¿Cuándo encontraré respuestas convincentes a tus cuestionamientos velados, acerca de lo irrealizable de este inmarcesible amor?
¿Acaso debo –y tú también- vivir imaginando el seco y afrutado sabor del vino, bebido directo de tus labios? O continuar las insomnes y eternas noches mirando el ventilador que cuelga del techo de la recámara, girar sus aspas sin cesar; mientras yo, extraviada, deseo verme tendida a tu lado permitiendo que tus labios, lengua, dedos, exploren colinas, valles, pasajes, pliegues y huecos de mi trémulo, húmedo, contraído, tenso, abierto y dispuesto cuerpo. A la espera de que entres y me encuentres; una, otra y otra vez, hasta que por fin vacíes tus ansias y tu aliento tantas veces reprimido, en todo mi ser.
Hasta cuando la manera de hacerte saber que te extraño, dejará de ser una anticuada y obsoleta melodía sonando en la radio; notas que te enviaré a través de una paloma mensajera, que tocará tu ventana y con sus enormes y redondos ojos abiertos dejará sobre tu mano la monocorde voz de Roberto Carlos, que te dirá lo triste que transcurre la vida sin ti.
Qué día será el que por fin me deshaga de ésta pesada armadura fabricada de miedos y dudas, que sólo imposibilitan e inhabilitan mi espíritu alguna vez tenaz y cercenan mi voluntad en otro tiempo perseverante.
En dónde y a que hora me vestiré con el traje de la confianza y la certeza, para salir a tu búsqueda llevando mi bolso lleno de ilusiones y la visión de una vida plena y feliz contigo, en una tierra ajena y lejana a la que ahora habitamos.
Necesito hacerlo antes perder la razón.
Sólo que antes, debes decirme quién eres, en dónde te encuentras. De qué color es el timbre de tu voz, la intensidad de tu mirada. Porque en mis sueños, dormida o despierta, tu rostro no tiene rostro ni tu cuerpo, cuerpo.
Cómo te reconoceré y sabré quien eres, de llegar a cruzarnos en alguna esquina de las empedradas avenidas.
Hazme saber al menos, de qué color será la camisa que llevarás puesta. Lo que sea, para reconocerte el día, tarde o noche que eso suceda.
Dime por favor cualquier cosa que me permita dar contigo.
Estoy cansada de ésta espera.
Imagen: www.pinterest.com
Un placer pasar por tu blog. Un gran saludo para vos.
ResponderEliminarte invito a visitar el mío
http://andreszuniga-escritor.blogspot.com.ar/
Gracias, Andres Zuniga. Saludos desde México.
ResponderEliminarMuy bonito cuento de minificcion, me daré tiempo para leerte.
ResponderEliminarSanta Rosalia es un lugar muy bonito.
:)