La recuerdo cantando muy bajito una canción de Adele. Cada una en su cuarto –ella y yo- en la quietud y silencio de la casa. Su voz tan dulce llega a mis oídos y me invade un sentimiento que no puedo describir, si, eso que se simplifica en inefable.
Llegó casi recién entrado el siglo XXI, después de haberla perdido un año antes. Su espera estuvo llena de sobresaltos; tanto, que me vi obligada a guardar reposo varias semanas para no adelantar su llegada, sin contar lo mal que la pasé las doce primeras a causa de la hiperemesis. Al final todo salió bien y mi pequeña Patricia vio la luz del mundo un cálido -a pesar que los árboles habían empezado a tirar sus hojas crujientes y doradas- lunes diecinueve, pasado el medio día. Si, noviembre la acogió jubiloso y con tibieza. El otoño la abrazó con su sol y sus vientos. El mar, rompió gustoso sus olas contra las rocas que sonrieron abrazándolo también.
Mi niña hizo saber al mundo de su presencia con un llanto vigoroso, tan lleno de dulzura que todo lo conmovió.
La vida abrió sus brazos para darle la bienvenida y yo con ella.
Patricia, hace honor a su nombre. El significado bíblico según encontré, es: “Aquella que es noble”, y lo creí tal vez porque es justo así.
Desde muy niña lo fue y ahora que es una joven de bachiller a punto de graduarse no ha cambiado. Su corazón es grande y más que palpitar, repica melodioso, con un tun, tun; tun, tun, contagioso, así como lo es su risa.
Recuerdo su cabello fino, negro y rizado recogido en dos coletas. ¿Dónde quedaron esos rizos? Por alguna razón desaparecieron, ahora su cabello es lacio y sin sus dos churos rizados danzando. Bailaba tanto, no sé porque ya no lo hace, tal vez por vergüenza ya que dice que no sabe. “Cómo vas a saber si nunca lo intentas”, le digo yo, más no sirve de nada, no logro convencerla para que se anime. Al menos no en mi presencia.
Sigue cantando bajito casi siempre en inglés y yo sigo disfrutando oírla.
Es una joven fuerte aunque quizá no se ha dado cuenta. Es independiente porque ha aprendido a hacer tantas cosas. Tiene mucha facilidad para relacionarse con las personas. Es una muy buena compañía Es divertida y me gusta cuando ríe un poco avergonzada por las tonterías que digo y hago. Si supiera que muchas veces son sólo para simplemente eso, escucharla reír. Sobre todo cuando la siento distraída, un poco ausente, un poco triste.
Porque no es tan difícil darse cuenta cuando le pasa algo; su sonrisa desaparece y se torna meditabunda. Trato de respetar su silencio aunque me duela saberla así. En la adolescencia y juventud no hubo quien no pasara malos ratos debido a decepciones que más adelante y de manera retrospectiva aceptamos como tontas. Por lo pronto daría muchas cosas para poder evitárselas. Sin embargo, la vida exige también vivirlas para de alguna manera fortalecer el espíritu de quien las sufre.
Más tarde, cuando veo que la pequeña tormenta ha pasado, pregunto y hablo, a veces en broma, otras con mucha seriedad pero siempre con la intención de ayudar. Ojalá sirva de algo.
Patricia es una aliada.
Me gusta la espontaneidad con la que vive, cómo se toma la vida. Me gusta lo dedicada que es a pesar de aparentar que no. Me gusta y me preocupa su inocencia y falta de malicia, es decir, su exceso de confianza en las personas.
Ahora que se acerca cada vez más el día en que vaya a la universidad, el corazón se me apachurra y de sólo imaginar lo que será esta casa sin ella, me duele el alma y quisiera regresar el tiempo y abrazarla y retenerla y verla otra vez bailar y tocar sus rizos y llevarla de la mano por la calle y tantas cosas más.
Patricia es una joven con un potencial enorme para llegar a ser lo que se proponga y lo hará, de eso no me cabe duda. Sólo deseo poder estar ahí celebrando juntas con el resto de la familia. Mientras ese día llega, estaré también para cuando lo necesite a través de un mensaje o de una llamada, cuando la presencia física de mi persona no pueda apapacharla.
Quise escribir sobre ella, porque el tiempo se me ha venido encima y ahora la vida también está a punto de arrebatármela. Esa vida que le sonríe pícaramente para seducirla y animarla a que abra sus alas y pruebe volar sola.
Mis manos tiemblan al escribir esto y mis ojos se anegan.
No quiero que se vaya.
Mientras sigamos juntas aquí, de la casa al trabajo, del trabajo a la casa, vendiendo libros, disfrutando la playa, comiendo pastel y también pasta, enseñándola a conducir; disfrutaré de su presencia, de su charla y de su risa, más que nada.
“Espero que mi hija crezca empoderada y no se defina por su aspecto, sino por las cualidades que hacen de ella una mujer inteligente, fuerte y responsable.”
Isaiah Mustafa
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