Hace
unas semanas visité la tumba de mi padre y de mi madre. Les llevé flores y me
quedé ahí, haciendo como que leía la inscripción de la lápida. Queriendo hablar
con ellos en mis adentros, sin lograrlo.
Yo
no sé ustedes, pero a mí no se me da eso de hablar con los muertos. Más bien, me gusta guardar silencio y concentrarme en el recalcitrante dolor que sigue escondido
por ahí, en alguna cavidad del corazón y que me carcome, sobre todo en el
otoño.
Pero
déjenme contarles que ese día que fui al cementerio, por la noche soñé a mi
madre. En el sueño, el cortejo fúnebre se dirigía al panteón por la subida a Mesa
México, yo lo veía desde la plaza mientras trataba de darle alcance, mas no lo logré –otra vez-. Segundos después, me vi caminando entre gente que no conocía,
llorando y gritando, ¡mamá, mamá, mamá!
Desperté
entonces escuchando mis propios gritos y sintiendo profunda tristeza. Hace un par de días la volví a soñar, pero
ese no lo recuerdo.
El
otoño siempre ha sido complicado para mí, desde que me acuerdo me genera mucha
melancolía, emociones ambiguas. Ahora que el otoño me ha arrebatado a dos de las
personas que más quería, es distinto. No sólo me siento melancólica, también
nostálgica. Y me da por pensar mucho en
ellos dos. Por extrañarlos ante cualquier estímulo: una canción, una foto,
comida. Durante el transcurrir del día me ahoga un nudo invisible que aprieta
mi garganta.
El veintisiete de octubre mi madre cumplirá dos años de ausencia
eterna. Durante muchos días del año vivo creyendo que ya superé su partida, y
más concretamente la forma en que sucedió su muerte y mi no presencia en su sepelio; sin
embargo, ahora no estoy tan segura.
¿Cuánto
tiempo dura un duelo? ¿Cuánto tiempo se le llora a un muerto?
Muchos días las letras revolotearon en mi
mente queriendo acomodarse y salir. Cada intento fue una contracción brusca y
dolorosa. Ahora estoy confundida, no sé si ya me siento mejor; si todavía los deseos de llorar los cargo bulléndome en el pecho. Si las ganas de reclamarle a la vida la forma que me
separó de ellos también están sepultadas.
Han sido tantos días sin ellos,
tantos, tantos, que parecen tan pocos.
Mi
padre murió en noviembre, ya casi serán once años. Él es otro cantar, otro boleto, otro dolor, no obstante, se mezcla con este.
En el
otoño en especial, corro detrás de la vida queriendo abrazarla, retenerla un
poquito más. Mirando el cielo con desesperación o anhelo, o esperanza, o vayan
ustedes a saber qué.
Corro
con el corazón contrito. Con la voz en un grito. Corro. Corro. Corro.
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