Cualquier
pretexto es bueno para escribir tu nombre…
Sobre
todo cuando mi pensamiento divaga sin poder concretar nada que pueda llevarme
por el camino hacia la certidumbre. Es entonces, cuando escribir tu nombre se
convierte en la única certeza.
Te
escribo para que sepas que transito por un túnel largo y solitario.
Llevo
tanto tiempo en su interior que se ha vuelto mi parte más áspera. Sólo y con
mucha frecuencia, merodean recuerdos no
gratos que me atormentan y le dan a mi
cabeza esa inefable pesadez. Una especie
de inicuo aturdimiento que me aleja de todo y todos. Cuando eso sucede, tengo
la sensación de que estoy a nada de ser abandonada por la cordura. Es entonces cuando
de nuevo mi única luz emana de las letras, de ocho letras: tu nombre…
Ahora,
los perros ladran con tanta insistencia que me desquician. Están en el patio,
del otro lado de la ventana y, sin embargo, parece que están junto a la cama
donde reposo mi cuerpo y mis pensamientos en esta carta.
Me
cuesta retomar las ideas, las palabras que tenía para contarte. Por fin cesaron
de ladrar, el transeúnte siguió su camino.
<<Escribo
en mi mente las letras de tu nombre, no importa cual, todas me llevan a él.>>
Pero
déjame que te siga contando.
Hay
días en que siento como si fuese caminando sobre una cuerda floja. Tambaleándome
por la vida con los puños apretados hasta herirme con las uñas la piel. El
corazón palpita como si paradógicamente fuesen sus últimos latidos. Lanzando un
eco ensordecedor sin resonancia.
En
otros, parece que cayera en cámara lenta en un abismo infinito. En esos
instantes mis manos tratan de asirse a algo que no identifican, pero qué más da
si de todas maneras no pueden lograrlo. Los dedos resbalan y yo sigo cual pluma
en el aire… cayendo.
Cómo
pesa este presente pasado que se me dificulta cada vez más soportar.
Son
o han sido tantos rostros y voces que con ellos formo un collage mudo y amorfo.
Sin nada y con todo.
La
mórbida ecuación de mi vida me ofrece como resultado un lúgubre futuro.
<<Nunca
el alfabeto cobró tanta importancia, porque con él puedo formar una sola
palabra, tu nombre…>>
Soy
tan poco de lo que aparento.
Quiero
dividir ésta pesada carga contigo. Tú
aceptaste, ¿acaso ya lo olvidaste?
No
encuentro nada que me ayude a avivar las
cenizas de mi ánimo. Hasta parece
mentira que no hace mucho estuviera haciendo planes. La incertidumbre de manera
imperceptible ha caído sobre mí cual velo de novia e impide que perciba la
realidad de manera clara y transparente. Y si (te) escribo es porque mis manos
solo responden a un impulso primario. El cerebro y el corazón nada tienen que
ver en esto.
¿Cómo
podría ser eso? Si nunca se han puesto de acuerdo. Viven cada uno por su lado virando
en direcciones opuestas. Hablando mal uno del otro. No hay consenso que los haga ponerse de
acuerdo. Mientras, acá afuera vivo en una ficción perpetua.
<<Siguen
las letras saltando en desorden, de
cualquier forma me llevan siempre a tu nombre…>>
¿Dónde
está la esperanza?, ¿cómo pude permitir que me la arrebatara el tiempo? ¿Cómo
le permití a la amargura tanta confianza? Ahora se ha posesionado de mi ser
interno, pretendiendo cobrar de piso el derecho. Y Sin bastarle eso, ha
invitado a su íntima amiga la tristeza a vivir conmigo –y por supuesto, con
ella-.
¿Cómo
hago para expulsarlas si están tan arraigadas? Sin que en el intento termine desmembrada.
Soy
prisionera en un cuerpo que grita y llora entre barrotes hechos de ansiedad.
Bajo un oxidado candado cuya llave he perdido.
Soy
como una niña que agazapada en un oscuro, solitario y frío rincón de la vieja
casa, espera el contacto de los brazos
que le brinden consuelo. De una voz cuyas palabras no sean gritos. Niña que no
desea volver a sentirse acorralada en la penumbra bajo inquietantes y lascivas miradas.
Mujer
(auto) crucificada que pide desesperada
que la ayuden a quitarse los clavos de hastío
y melancolía, para así poder descender de la inmensa cruz que la
mantiene en agonía. Harta de auto flagelarse. Sin embargo y a pesar de sus
lacónicos sollozos, parece que todos se han vuelto ciegos y quedado sordos, mientras
ella se desangra.
Ya
no me queda voz.
Me
quedan en cambio letras que ahora dirijo a ti y que además uso como pretexto
para escribir con ocho letras, tu nombre…
En
ésta tibia y apacible tarde de junio. En el íntimo espacio de mi cama.
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