Todos llevamos por lo menos una en nuestro cuerpo.
De formas y tamaños diversos y complejos.
Hay algunas tan grandes que es imposible ocultar.
Otras aunque invisibles no se pueden ignorar.
Cada una es un símbolo, una herida…
con memoria
tras ella
seres que soy extraídos de las entrañas a los nueves meses
órganos que no se
conservaron indemnes
llanto sin lágrimas
entre risas
gritos sin voz
mientras se platica
golpes contra la
estoica pared blanca
caídas de una
bicicleta vieja
raspones en patines de cuatro llantas
amores perdidos;
encontrados y vueltos a perder
temor por las
matemáticas en la secundaria
amistades de juventud lejana que se extrañan
un padre muerto a destiempo
una hija perdida en el útero enfermo
un perro envenenado
por un vecino necio
un libro perdido por haberlo confiado a un extraño
un caminante que no volvió, lo contrario a lo que dice la
canción
las canciones de cuna
que quedaron pendientes y que navegan en la memoria, vigentes
una tumba construida de arena que el viento se lleva y
renueva
espejismo de una madre que evoca una juventud tortuosa
la ilusión de una familia utópica
el amor de la mujer o el hombre que es imposible ser.
Todas en determinado momento se inflaman.
Duelen.
Vuelven a sangrar.
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