domingo, 6 de marzo de 2016

Voces.



Quiero acallar las voces que llevo dentro.

Las voces que me hablan de ti, de tu recuerdo. Las que deletrean -en las horas diurnas y nocturnas, en la arenga y en la soledad-, tu corto nombre, con mayúscula, en mi oído.
Esas voces que como susurro constante me reprochan enérgicas por qué  he de olvidarte. 
¿Por qué? Les respondo: Porque las conversaciones se marchitaron, las sábanas se enfriaron y nuestros anhelos se bifurcaron. Solo quedan los retazos del amor que -como muchos- nació con un beso arrebatado, bajo la luna de mayo en una playa solitaria.
Por lo tanto, deseo acallarlas, silenciarlas, no escucharlas. Porque se han convertido en un cuchillo filoso que corta día a día mi cerrazón, mi firme propósito de ya no pensar –te-  ni extrañar –te-.

Sangra mi cuerpo  trémulo al rememorar el tuyo, todo él firme y dispuesto; a la espera de una señal mía para abrirse paso entre la humedad incluyente.

Me debato porque en ese desconcierto de voces escucho otro nombre que acelera mi respiración y hace transpirar mis manos.
Escucho cómo entre esas voces, otra, lo grita de forma clara y  nítida dentro de mi pensamiento, en el bullicio y, a pesar de eso  lo reconozco  y sonrío sin darme cuenta, porque se que está allí, que lo ha estado. Quien sabe desde cuando, moviéndose subrepticio a la espera de ser escuchado por mis sentidos.
Ha sido tanta la persistencia de esa voz entre las voces, que su murmullo se ha acumulado desde lo más profundo hasta lo más superficial de mi cuerpo. Hasta volverse tangible e infinito.

Que se callen las voces. Todas, excepto la de su nombre, largo y sereno. El que estoy aprendiendo a pronunciar a fuerza de besarlo y a escribirlo en su cuerpo al tocarlo, solemne y regocijante.

Que reine el silencio en mi memoria al sepultar las voces fantasmas que velan el eco de su nombre. Que cesen ahora y para siempre. Eso es lo que quiero.
Deseo solo escuchar al ritmo batiente de mi corazón un solo grito, su nombre…

Ahora, tal vez por el cansancio, tal vez por lástima de saberme así, esas voces –las que no quiero escuchar- disfónicas, han hablado conmigo y me han dicho que guardarán silencio perpetuo.  Que me liberarán del ruido que generan al aglomerarse en mi memoria y que me atormenta. Y yo  les creo, ¿como no hacerlo?, acostumbrada a escucharlas aprendí a conocerlas  y sé que no mienten, nunca lo hicieron.

Ya todo es silencio y quietud en mi pensamiento. Hago un esfuerzo y nada escucho, creo que se han marchado.

Entonces en ese silencio, lloro. Las extraño.

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