Le
he visto tantas veces exprimir sus olas contra las rocas inertes. Ellas,
resisten estoicas los embates. Si, así como ha resistido tu amor por mí.
Otras
veces lo veo revolverse, agitarse en evidente confusión. Como si tratara de
encontrar en la superficie lo que le es necesario; sin darse cuenta que es en el
fondo donde radica ese pertinaz sentimiento que exultante lo agobia.
Eso
lo entiendo muy bien, yo misma lo experimento
en ocasiones.
De
un tiempo acá, en mis caminatas, me encuentro con un mar que sigue chocando sus
olas, que sigue revolviéndose. Sin embargo no hay mayor escollo en ello, todo lo contrario. Percibo
algo distinto en él.
Se sigue moviendo con fuerza –como es su naturaleza-, pero sobre todo con certeza. Con el impulso y gusto
de ya no saberse dividido, sino compartido. Acompañado. Querido. Deseado.
Y yo
lo disfruto. Lo respiro. Lo admiro. Lo contemplo.
Ese
es mi mar. Aguas en las que me reflejo y
reafirmo. Agua en las que me declaro en completa libertad de elegir, de reír,
de amar y en su momento, de morir.
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