domingo, 3 de enero de 2016

Otoño




















El otoño es sinónimo de tu ausencia.
De horas interminables frente al televisor apagado.
De escuchar música de violín
sobre la cama con las sábanas revueltas.
El otoño es sinónimo de caminar sola,
de sentarme en la banca del parque a
rumiar tu olvido mientras el sol me entibia
el corazón, las manos, en general todos los sentidos.
Es también sinónimo de llevar y traer un libro en el bolso,
abrirlo y no avanzar en la lectura, al contrario, retroceder
y volver a leer tu dedicatoria.
Es caminar pisando las hojas ocres y secas, es reconocer en
su crujido el llanto de éstas confundiéndose con el mío.
El otoño, cuanto diera porque el otoño
significara otra cosa, por ejemplo:
madrugadas cobijadas por tu cuerpo.
Música de Bach frente a la chimenea en el sillón
rojo, bebiendo de tus labios el sabor de mi cuerpo.
Tardes en la cocina, preparando nuestra comida preferida.
Atardeceres en silencio, contemplando el cielo,
descifrando como Dios puede ser tan perfecto.
Noches echados sobre el suelo, en una cobija compartida
observados por el firmamento
contando cada una de las estrellas caídas, jugando a pedir deseos.
Sin embargo… el otoño es solo eso, otoño, una estación más.
Noventa lúgubres días que transcurren en completa parsimoniosa agonía.
Días donde me olvido quien soy para recordar quien fui
cuando estuvimos juntos.
El otoño… si se le pudiese cambiar de nombre, lo llamaría tan solo
verano, tal vez así la melancolía de tu ausencia fuese menos fría
y tu recuerdo menos vago

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