martes, 25 de febrero de 2020

Mar y Sol




Escribo pensando en ti. En tu risa adolescente llena de vida.
Así te conocí. Así te recuerdo cada vez que veo a jóvenes como tú bailando, declamando, desfilando. 

Escribo para no dejar que te pierdas en el tiempo. En cuatro paredes blancas y frías. Entre el sincronizado sonido de tu respiración artificial. Entre tubos, catéteres. Entre sábanas de cientos de usos. 

En realidad no te conozco. No hubo tiempo. No hubo ninguna charla, mirada o sonrisa, mucho menos un abrazo que mediara entre nosotras. Lo más, un me gusta por las redes sociales. Sin embargo, tu tragedia me tocó y no entiendo por qué de esta manera tan profunda y dolorosa. Como ola expansiva. Pero yo no importo. Importas tú. Me importas tú. 

Tu joven vida coartada víctima de mil dolores, incomprensión, presiones, frustraciones. De quién sabe cuántas emociones y sentimientos más, que la misma sociedad fuimos tejiendo de manera directa e indirecta. Aunque nos neguemos a aceptarlo.
¿Qué te faltó? Si pudieras decírmelo. 

No olvido el día que te visité, una noche fría de inicios de diciembre. Hacía un mes del terrible suceso. Te hablé como si nos conociéramos y no supe si me escuchaste. Toqué tu piel tan delicada, tan tibia. Quise abrazarte, sin embargo, sentí que si lo hacía transgrediría tu voluntad. ¿Cómo iba yo a saber si lo deseabas? Si no nos conocíamos…
Me hubiese gustado gritar que despertaras, que siguieras con tu vida que parecía tan plena. Que allá afuera, cerca y lejos de tu cama éramos muchas las personas que esperábamos por ti –yo sigo esperando-. Porque te conociéramos o no, te queremos. Yo te quiero aunque no te conozco. 
No obstante, tuve que conformarme con verte y acariciar tu brazo, tu pelo largo. Tragué saliva para contener mi llanto conformado de impotencia y frustración. De tristeza. Salí de la habitación donde yacías, yaces todavía, con el corazón fragmentado. Decepcionada de la vida y con mil cuestionamientos dirigidos a dios. Sigo sin entender sus “designios”. Sigo sin poder comprender qué de bueno traerá todo esto para las personas que te conocemos. Para las más cercanas a ti. Para ti misma. Y cada vez que me siento feliz te pienso y se apaga un poco esa felicidad al sentirme egoísta. 

En qué hemos fallado. En qué les hemos fallado tanto a ti como a otras y otros jóvenes. ¿Lo sabremos algún día? ¿Podrás decirlo tú? No lo sé. 

Eres una herida abierta –otra- para la comunidad, el recuerdo latente de nuestros errores.  

Cada noche te pienso. No dejo de hacerlo. No quiero olvidarte. 

Con todo mi cariño para ti, Marisol Hong Orrantia.



“No se puede encontrar la paz evitando la vida” Virginia Woolf




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