martes, 12 de julio de 2016

Carta a mi amiga.


Te escribo desde este tranquilo lugar.

Me dejo caer con languidez sobre la fina arena amarfilada, con los rayos del sol en ciernes y la brisa del mar intentando –por ahora- penetrarme inútilmente. Es una mañana espléndida. ¿Será porque no hay mejor terapia que el íntimo contacto con la naturaleza? Hasta mi yo interno se encuentra sereno.

Parece que la ansiedad me ha abandonado de momento.

Ayer por la noche observé el cielo y conté ocho estrellas fugaces, que en realidad son fragmentos de roca atraídos por la gravedad de la tierra (que bueno que existe la capa de ozono). La estela lumínica duró solo un instante, sin embargo, suficiente para dejar a cualquiera que las haya visto, una sonrisa y la prometedora ilusión de un deseo por cumplirse.

Como te digo, amiga: el cielo estuvo increíble. Cientos de brillantes luces adornaron el firmamento y en él, majestuosa se abría paso la Vía Láctea. Es el camino que lleva a los sueños, me dije. El lugar donde habitan las utopías.

Tumbada sobre la arena mirando hacia arriba me perdí. Qué pequeños somos. Qué infinito y enigmático es el cosmos. Me extasié con el encanto de sentirme observada, tocada, recorrida por todo lo que allá brilla.
Pequeños pulsos de felicidad.

Dime, querida amiga: ¿qué sueñas?, ¿qué te hace sentir feliz ahora? ¿Qué esperas de la vida?, ¿de las personas que te rodeamos?, ¿de ti misma?

Yo ahora pido un deseo: qué pronto podamos compartir interminables charlas, largos silencios. También que tu cielo se despeje para que así, vuelvas a sonreír sin miedo.
Qué tu universo te acoja y te llene de luz. Para que seas faro en mis días de oscuridad. Qué tu luz me ilumine.

Soy egoísta, lo sé. 

Eres reflejo de mis emociones y deseos. Mujer que por tanto tiempo esperé conocer para compartir pensamientos.

No importa qué lejos nos hallemos, es sin duda la distancia la que da intensidad a este sentimiento.

 Ahora debo irme.

Iré a zambullirme en las aguas del mar Bermejo. Dejaré que sea el vaivén de las olas quienes marquen el ritmo de los latidos de mi corazón hambriento.
Permitiré a los ya maduros rayos de sol, me abracen hasta quemarme la piel, y el viento que se despierta impetuoso me acaricie toda.
Me abandonaré al deseo de perderme con la esperanza de encontrarme en la superficie de su profundidad.

Libre.




Imagen:  Dos mujeres. Víctor Moya Calvo (1890-1972, España).

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